Ante sensaciones cotidianas que permean un dolor envuelto en la costumbre, impera la resignación del modus operandi que nos ha sido dado en el lado sur de la frontera estadounidense. El destino, la casualidad, la naturaleza, aquello en que se crea. Nos situamos en el trayecto oscuro para muchos migrantes, y no solo mexicanos, cuyo objetivo es cruzar el desierto, el Río Bravo, la línea, las vallas de acero o cualquier obstáculo en busca del sueño americano. Hemos sido parte de una estratosfera armada como defensa ante centroamericanos, haitianos, cubanos, africanos. Aunque la victimización nos la atribuyamos después ante políticas migratorias de una línea discursiva emanada desde una campaña presidencial que comenzó como una amenaza aislada y que hoy se ha convertido, desde la Casa Blanca, en un riesgo latente.
En 1993 se trató de aceptar una de nuestra vulnerabilidades nacionales, la comercial, frente a la potencia vecinal en un Tratado de Libre Comercio que propició la inversión extranjera directa en distintos sectores. Se atrajo a la cúpula empresarial foránea y descuidamos nuestro territorio. Cedimos nuestras garantías, nuestro trabajo, nuestra fuerza laboral, nuestros campos, nuestros terrenos. Caímos en la dependencia laboral al trasladar la responsabilidad en la creación de empleos a las empresas extranjeras que se han instalado en nuestro país. Perdimos la capacidad de producción, de empleabilidad, de innovación, de creación. Como desde décadas anteriores, depositamos nuestra confianza en la gallina de los huevos de oro que no se secó... la secaron. La saqueron, sexenio tras sexenio. Y ante un pasado del que el ejecutivo federal debería aprender, ha decidido refugiarse en gasolinazos mal ejecutados.
Tras la firma de la Iniciativa Mérida por los presidentes George Bush y Felipe Calderón, nos convertimos en los mercenarios que harían el trabajo sucio en cuestión de migración. Nuestro vecino nos ordenaba y teníamos que acatar, tenemos que acatar. De tal forma, hemos sido el muro en que se tortura, se segrega, se prostituye, se aniquilan los sueños de familias, menores de edad, mujeres y hombres que a diario recorren nuestro país, tratando de llegar a la frontera norte. Nos hemos quejado cuando nuestra ceguera está presente ante el trato inhumano que se da a quienes deberían ser refugiados pero que no recibimos como invitados pues nuestra conveniencia nos lleva a recibir solo a aquellos huéspedes de etiqueta. El papel de victimario que tenemos no lo reconocemos.
La Reforma Energética fue ideada desde distintas latitudes fuera de territorio nacional, entre ellas las oficinas de los asesores de Hillary Clinton. Una vez más, al servicio de nuestro vecino. Articulando una reforma mal estructurada desde un contexto que no fue el nuestro. Sin previsión de eventos futuros ante un crudo que se vendría en picada. Ante situaciones mundiales que harían repensar la ejecución de beneficios que nunca llegaron y daños emancipados desde las trincheras de las reformas estructurales. Ahí vendiendo nuestro petróleo barato e importando gasolina cara. Porque no se ha creado ninguna refinería desde 1979. Sí, nuestras instalaciones más nuevas para refinar combustible cuentan con 38 años de antigüedad. Y de ahí que la gallina, hoy ya no produzca huevos de oro.
La llegada de Trump al poder no hará más que mostrar lo que se venía ocultando desde hace décadas. Como diría Denise Dresser, mostrará un país desnudo. Vulnerable y sin plan a ejecutar que propicie la salida de la cueva en tinieblas donde nos encontramos. Y ante la posible salida del TLCAN no se han ideado acciones más allá de nacionalismos sentimentales que muestran hartazgo y coraje pero no inteligencia económica ante un sistema que agoniza. Llamadas telefónicas y tuits que hacen tambalear nuestra economía, pues esta cuelga de hilos muy finos y muy débiles. Además, no se han tejido nuevos lazos desde nuestro interior.
Según Sigmund Freud, la dependencia tendría una estrecha relación con la búsqueda del placer y la idea de la muerte. Quizá el placer nos ha consumido y nos ha cegado en pasiones que se han convertido en una cotidianidad de la cual nos negamos a salir para enfrentarnos con nuestras propias armas. Armas obsoletas que no han sido renovadas, aún con el intelecto de paisanos cuyas oportunidades no son dadas de este lado del muro. Habrá que tomar pasos firmes en la acción para salir de la esfera ideal a la estrategia real. Llamando a la unión pero no desde un color, no desde un partido, no desde un liderazgo político. Un llamado que parta de la común unidad y esta solo se logrará cuando cambiemos nuestra intolerancia hacia pensamientos contrarios por la construcción de planes en conjunto aprovechando el potencial de cada mexicano. Porque por una u otra razón estamos de este lado. Nacimos en esta patria. En esta tierra que habrá que defender antes de que se nos vaya de las manos. O peor aún, dejando a nuestra nación en manos ajenas.
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