NUESTRA PRISIÓN

Sentado, esperando la inspiración que me sumergiera. Los cuatro muros no eran medio de libertad sino de encarcelamiento. Justo delante de mí, el guardia contemplaba a sus presas. Los gritos habían sido cambiados por susurros. Camisas de fuerza como sustitutos del dinamismo y la hiperactividad. Contemplaba una imagen externa a mi círculo de seguridad constituido en cincuenta centímetros de radio. Pero el guardia no dejaba pasar una oportunidad para mostrar su autoritarismo. Mi vista hacia el frente era una obligación y no había opción. No mientras las manecillas del polvoriento reloj de pared indicaran la sucesión de una larga, tediosa, baladí y obligada sesión.



No era un esclavo. Aún no. La instrucción no había terminado. Seis años de formación era la duración de un largo camino que recorrería antes de elegir a quién servir.  Una nueva ciudad sería la sede de mi siguiente etapa de agonía. La libertad sería mayor. El liberalismo también. El ausentismo de un mando en casa lo añoraba. Tenía unas ansias enormes por adelantar el tiempo e instalarme en una fecha cuya diferencia a la de ése día fuera de un sexenio.

Las pisadas con tacón, los murmullos atisbados, las miradas laterales, la ausencia del contacto entre pluma y papel, las mínimas cuestiones y el deterioro infraestructural. Nada de lo anterior era soportado por los mandamases. Podía evitar todo, excepto el deterioro. Mi concentración era borrada al instante de recordar el enfoque forzado. Vendría la resignación, aunque por pocos segundos. El coraje, la rabia y la impotencia me rodeaban.

No me situaba en una prisión. Tampoco en un manicomio. Estaba en una escuela como tantas otras. A los 11 años me sentía desesperado de ir a un ritmo tan lento cuando sabía que podía ir más rápido. Pero había varios que no necesitaban esa aceleración. Incluso querían una velocidad menor. ¿Por qué teníamos que estar en salones por edades y no por velocidades? En una humanidad heterogénea resulta absurdo. Pero quizás no para todos. No para el principal objetivo que resulta crear seres iguales como si fueran productos. Listos para cumplir con sus respectivas funciones. Y es así como tiene sentido para los empresarios. 

Generación tras generación. Lo que debería ser una puerta al desarrollo resultan ser cuatro muros que anulan toda creatividad y que no la propician. Donde abunda la simulación pero no la práctica. Donde la memorización está por encima del razonamiento. Donde la claudicación impera en lugar de la crítica. No hay expresiones. No hay palabras propias. Se habla pero no se discurre. Se aprende una historia llena de huecos y falsedades. Una historia tergiversada que poco se analiza y mucho se memoriza. ¿Cómo aprender de los errores de nuestro pasado si solo memorizamos fechas, héroes, batallas? Resulta evidente que no aprendimos de esos errores porque aun los cometemos. 

Las materias de relleno crean los lazos que atan las manos de los próximos artistas, de los próximos poetas, de los próximos escritores, de los próximos deportistas. De aquellos que quizás puedan descubrir una nueva profesión. Pero no mientras se les instruya aquello que jamás ocuparán en su vida y cuyo tiempo empleado en esa instrucción pudo ser utilizado para dotarse de las herramientas necesarias en el desarrollo de su potencial. Muchos no desarrollan sus habilidades. No explotan sus recursos. Porque se tiene que seguir el mismo camino aun cuando varios quieran tomar otro diferente o muchos otros pretendan volar. Las alas son cortadas. Al parecer no hay lugar para soñadores, solo para futuros trabajadores. Para futuros empleados de un sistema que no controlamos. 

Existe una gran batalla en nuestro país. De un lado se sitúa el Secretario de Educación Pública. Empeñado en llegar como posible candidato del PRI a la Presidencia de la República. Y de ahí que aparezca en televisión más que los anuncios de refrescos. Un político que para nada es experto en educación. Es a quien tuvieron que mandar para hacer valer la reforma educativa. Quien tomara la batuta después del trabajo sucio, muy bien realizado, de Chuayffet. En el otro extremo las cosas no son más agradables. Líderes sindicales muy preocupados por sus derechos laborales pero no por los educacionales. Armando el plan para ir a la Feria de Morelia un día antes de la marcha. Comprando los boletos para la lucha libre o el partido de fútbol cuando la protesta sea en la Ciudad de México.

Y en medio de esa batalla, millones de niños, adolescentes y jóvenes con una educación deficitaria. Ellos son los acribillados. Nuño seguirá en la SEP planeando y revisando su estrategia rumbo al 2018. Los maestros seguirán en las calles, en el estadio de fútbol, en la Arena México o el lugar de entretenimiento de su preferencia. Mientras tanto los alumnos seguirán en la prisión que los convertirá en máquinas, en productos. En arquitectos de los sueños de otros pero jamás de los suyos. Seguirán sin una preparación sólida para afrontar los grandes retos de nuestro país. Sin las armas necesarias para combatir los problemas que hoy vive México y que seguramente serán más cuando ellos tomen la batuta. 

La educación es el arma más poderosa, como dijera Nelson Mandela, para cambiar el mundo. Hoy es el momento de tomarla de nuevo. Pero no para lucrar. No para usarla como propaganda de nuestra ideología política. No para fomentar la victimización o la violencia. Sino para que los instruidos puedan pensar por sí mismos. Que debatan. Que se expresen. Que actúen ante los problemas y no solo los vean pasar o se resignen ante estos. Habrá que salir de la prisión. Construyendo una educación dinámica, realista, práctica y adecuada a nuestro contexto. Hoy podemos hacerlo. Tomando papel y lápiz. O mediante el teclado de una laptop. Desde nuestro twitter, desde nuestro muro en facebook, desde nuestro blog, desde nuestro canal de youtube. Compartiendo nuestro conocimiento con las generaciones de niños y adolescentes. Escribiendo, informando, enseñando. Y para quienes aun no lo han hecho o no suelen hacerlo: leyendo. Por un México educado. Por un México desarrollado. Por un México que sepa encarar sus problemas y resolverlos con rapidez. Por el México que queremos. Por el México que merecemos. 

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