La bandera garbosa muestra sus colores y estos se mezclan en un tricolor ondeante a la par de las corrientes de viento. Ahí en la cima. Se manifiesta en lo más alto. En la cresta de esta, mi nación. Muchos sacuden sus réplicas hechas en China. La cimera está en sus casas. También en la ágora del pueblo y la ciudad. Esperando pronto ser agitada por muchos, incluso por quienes la afrentan. Aquellos cuyo honor no es guardado hacia la misma. Cuantas reproducciones. Cuantos intentos. Cuantas águilas. Cuantas franjas.
Mi mirada se centra en la superficie verde, blanca y muchas veces manchada de rojo. Airosa patria caracterizada en adjetivos fragantes que estimulan aun más el carácter y sentido del humor mexicano. Coloridos paisajes. Relucientes pasajes históricos y terrenales. Ciudadanos afables. Comuneros aguerridos. Cuna de ilustres escritores, poetas, pintores. Ecosistemas nemorosos en el bajío donde la inspiración es inhalada por los anteriores que buscan plasmar la belleza, el dolor, la alegría, las carencias, la melancolía, las tristezas, las pasiones y los instantes de un país que vive muy a la mexicana.
Fiestas patrias como sustituto de las celebraciones religiosas. O al menos eso se pretendía. Hoy nos hemos acostumbrado a convivir con ambas. La mezcla que vivimos ha tergiversado las costumbres y ha adaptado los usos fielmente a nuestra conveniencia. Un grito que debería ser de libertad, hoy solo nos recuerda eso que le quitamos a nuestros conquistadores para entregarlo a nuestros gobernantes. No queríamos que nuestros dominantes fuesen españoles sino criollos y ahora mexicanos.
Inentendible para muchos. Comprensible para otros. Locura para algunos. Así es México. Un país que nos ha sido arrebatado. Donde hemos dado el visto bueno ante quienes lo tienen retenido. Jalamos parejo en las fiestas donde parece está prohibido no hacerlo. Sin embargo, nos ausentamos en la vida pública. Nos escondemos en torno a los temas de trascendencia nacional. Llenamos el zócalo, el centro de la ciudad, la plaza del pueblo. Todo lugar donde se encuentre un escenario fijo para escuchar nuestra música o simplemente pasar un rato con la familia, los amigos, cuates, compas. Pero pocas veces nuestra energía y locura es usada para incidir en los espacios que nos han sido arrebatados. Para defender lo que muchos piensan es indefendible. Para proteger la belleza descrita en los poemas, pinturas, bordados y canciones de aquellos que plasman su gratitud por haber nacido en esta tierra.
Y ante lo inentendible hay quienes no entienden que no entienden. Tal parece que en el mes patrio nos quedamos a solas con nuestras fiestas, con nuestras banderas, con nuestra rica gastronomía. Pero abandonados por quienes deberían de protegernos, de cuidar nuestro patrimonio nacional, de empujar nuestra economía, de legislar por la prosperidad de la unión, de gobernar con rumbo al crecimiento nacional equitativo. Pero no es así. No cuando nuestro líder gobernante invita a un tirano a nuestra casa y pone de tapete nuestra dignidad. Recibiendo una humillación a domicilio. Quedando estupefacto ante el control que un racista ejerce en una conferencia de prensa.
La bandera seguirá impelida por el tipo de políticos que hoy tenemos en nuestro país mientras sigamos dejando la batuta y no tomemos esa responsabilidad que nos corresponde. Porque nuestra nación es más grande que tres franjas verticales. Nuestra belleza no solo radica en tres colores. Pero a veces en esa grandeza, en esa belleza, nos hemos olvidado de los demás y hemos puesto al centro nuestras necesidades, las cuales se ven afectadas tarde o temprano por las decisiones tomadas en una esfera que no estamos dispuestos a entrar. Si nosotros no tomamos las decisiones y no incidimos, alguien más lo va a hacer. Así ha sido desde la colonización. Así ha seguido siendo aun después de la independencia. Así seguirá siendo mientras no asumamos el rol que nos corresponde para recuperar nuestro lábaro patrio de quiénes lo han secuestrado.
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