AYOTZINAPA, MÁS QUE 43

El caminar en silencio fue parte, durante varias décadas, de la pasividad con que un estudiante ejercía su rol. Sin voltear ni mirar atrás.. El estilo autoritario en la cúpula incuestionable y la resignación con la mirada baja en torno a una obediencia sin causa. Fiel al estilo de crear seres apáticos a la incidencia y muy integrados a la manada donde se pretende seguir pero no liderar, mucho menos cuestionar el rumbo, aún cuando este no exista y fluya en corrientes de viento sin tocar tierra.

El cielo airoso se cubrió de rojo un 2 de Octubre de 1968 en el ocaso vestido con cuerpos de niños, madres y una cantidad, oficialmente dada pero desconocida realmente, de estudiantes acribillados por la metralla gubernamental. Un holocausto encendido por la esfera presidencial. Planeado y ejecutado con base en un modus operandi de una organización criminal. Sin misericordia. Sin piedad. ¿Cómo pudo el Presidente dormir aquella noche? Si las estrellas cayeron a ritmo de las balas incrustadas. Si el sonido de las armas aun sigue haciendo eco.

Tlatelolco ha permanecido en mi mente desde que leí las historias de aquel día en que nuestra patria vio morir a sus hijos por quienes debieron de protegerlos. Y durante muchos años creí que aquellos acontecimientos no volverían a tener un símil en nuestro siglo. No en nuestro país. No con estudiantes, nuevamente. ¡Qué equivocado estaba! Muchos fuimos ingenuos. Si bien, debajo de aquel rostro maquillado y aquel cabello bien peinado podía observar figuras de escenarios pasados no alcancé a percibir la crueldad tan perversa que sería proyectada una vez más.

El 26 de Septiembre es más que 43. Más que una Normal Rural. Porque la pluralidad se asoma cuando hablamos de crímenes de Estado. Se asoma cuando repasamos un sexenio rodeado de manchas rojas y casas blancas. Porque no son solo decisiones equívocas o invitaciones erróneas sino malevolencia intencionada desde el Ejecutivo y solapada por el Judicial. Hablar de aquella noche en Iguala, Guerrero es observar las conexiones entre gobierno y crimen organizado. Es vislumbrar como los expertos nos han probado que la PGR fabricó pruebas de lo sucedido con los estudiantes normalistas y desapareció un quinto autobús, clave para comprender una red de tráfico donde habría policías involucrados.




















Desde las diferentes latitudes de la República Mexicana diferentes voces claman. Ya sea en español o en alguna lengua originaria. Desde la ciudad o el pueblo. Porque  la violencia, el secuestro, el crimen organizado, los policías corrompidos, las fiscalías solapadoras y los falsos representantes han alcanzado distintos rincones. Estudiantes. Pastores. Sacerdotes. Misioneros. Profesores. Periodistas. Turistas. No importa la profesión, la ocupación o el lugar de trabajo. Todo aquel que ha atentado contra los intereses gubernamentales podría terminar torturado y asesinado en manos de las autoridades.

Ayotzinapa es una chispa que arde en medio de tantas llamas. Porque cuando se buscaba a 43 se encontraron a miles más. No son solo normalistas. Son muchos los mexicanos no encontrados en sus hogares, producto de la desaparición forzada. Ya no hay tristeza. Existe hartazgo. No es un mal humor social. Es un coraje de impotencia ante la colusión de autoridades en actividades criminales. Porque hoy nos hacen falta muchos hermanos mexicanos. Seguimos y seguiremos en este camino, alzando la voz para exigir, no más que lo establecido en la Constitución. No más que el restablecimiento del Estado de Derecho. No más que la responsabilidad de quienes han sembrado falsedades. Seguiremos recordando. Porque un país que olvida su pasado, tiende a repetirlo.

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