EMPEZANDO EL CAMBIO


México ante la adversidad. Esos muros de impunidad, corrupción y clientelismo por los que nos encontramos rodeados. Esos muros que funcionan de protección para unos cuantos y de inseguridad para muchos otros. Esos muros que la justicia mexicana no puede penetrar. Esos muros que pueden contener a normalistas, maestros y civiles, pero bajo los cuales un delincuente puede construir un túnel para escapar sin que nadie se dé cuenta. ¿Y cómo derribar esos muros y no solo grafitearlos? ¿Cómo empujarlos y no darnos de topes con ellos? Necesitamos de varias herramientas para ello. De varias armas. Pero debemos empezar con la más importante de todas para enseñarnos a usar las demás: educación. Así podremos destrozar esos muros como los alemanes en Berlín. Así podremos decir como Pedro Kumamoto que: “Los muros sí caen”.

La educación de calidad en nuestro país es semejante a un fantasma: todos hablan de esta pero pocos la han visto. En Oseas 4:6 se señala: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento”. Son muchos los que están marchando y muy pocos los que están educando. La jerarquización ha sido errónea; y en nuestra lista de jerarquía ponemos a los útiles escolares, el calzado y uniformes, los techados en las escuelas, la construcción de salones mejor equipados, entre otras cosas superficiales, que es cierto, deben formar parte de la pirámide pero no estar situados en la cúspide; no estar como prioridad número uno. Pues, ¿dónde queda el contenido de la instrucción y la forma de brindarla a los alumnos? ¿De qué sirve que tengamos escuelas de tiempo completo si la mediocridad de las clases sigue siendo la misma? ¿De qué sirven nuestros libros de texto gratuito si no nos damos cuenta de cuan deficientes y obsoletos son? ¿De qué sirve que tengamos los salones mejor equipados si muchos maestros no saben utilizar una computadora o conectar un proyector? Antes de comprar las herramientas debemos saber para que las vamos a utilizar y no por simple vanidad. De otra forma seguiremos siendo, quienes lo somos, alumnos del siglo XXI con maestros del siglo XX y métodos educativos del siglo XIX.

En una visita del periodista argentino Andrés Oppenheimer a Finlandia, le preguntó a la presidente de ese entonces, Tarja Halonen: “¿Cuál es el secreto de su sistema educativo?” A lo que la presidenta contestó: “Nuestro secreto radica en tres cosas: los maestros, los maestros y los maestros.”

Denise Dresser en su libro El país de uno hace notar que: “Producimos un país incapaz de construir trampolines para la movilidad social que permitan saltar de la tortillería al desarrollo de software… Dónde 56 % de los mexicanos evaluados por PISA se ubican entre los niveles 0 y 1, es decir, sin las habilidades mínimas para enfrentar las demandas de un entorno globalizado, competitivo, cada vez más meditocrático.”

¿Y cómo aprender, y cómo innovar, y cómo emprender en una cultura dónde el error ha sido satanizado? Aquí dónde si una persona cae le damos un puntapié en lugar de ayudarlo a levantarse. Ya no recordamos que como humanidad hemos fracasado mucho para llegar a la victoria. Que solo cuando aprendimos de nuestras derrotas pudimos ganar. Y el momento de ganar ha llegado. El aprendizaje de nuestros tropiezos nos conducirá a la cima. ¿De dónde podemos aprender más y mejor sino de nuestro pasado? La historia se queda en simple teoría hasta el momento que la usamos como herramienta para moldear nuestro futuro.

Pero en la transformación, en diferentes etapas de la humanidad incluyendo esta, nos hemos olvidado del ser humano. Ya lo señalaba Oswaldo Nuñez hace más de seis décadas: “El punto de llegada como el de partida tiene que ser el hombre, tiene que ser la vida por él vivida; mucho adelanto material sin un correlativo avance espiritual crea únicamente miserables desesperados de sus propias fuerzas, climas hostiles para la convivencia humana, y en cambio muy favorables para la violencia y la masacre.”

La educación moderna no debe estar rodeada por aparatos tecnológicos y hueca de sentimientos. Sino llena de amor, convivencia sana y armonía. Dónde el elemento clave del cambio esté ligado al carácter, la voluntad y la relación profunda del ser con la vida. Dónde a los alumnos no solo se les enseñe todo acerca de los héroes que nos dieron patria sino que también sepan cómo ser ciudadanos activos en esa patria. Una instrucción dónde se desate el sentido crítico, la autonomía ética y el empeño en el cambio social a través de la participación colectiva.

Y en la participación que habrá que ejercer, los jóvenes tenemos un papel fundamental: tomar la batuta en este cambio generacional para llevar a nuestro país a la grandeza que llegó a tener. Para ello habrá que empezar con humildad. Todos los que somos universitarios no debemos sentirnos seres superiores porque nuestros padres tuvieron la intención y los recursos económicos para que hoy estemos en la universidad. Debemos devolverles a nuestros pueblos el conocimiento que hemos aprendido en las ciudades. Que los intereses comunes estén por encima de los individuales. Que los doctores observen a aquellas comunidades que no tienen servicios de salud. Que los abogados actúen con honradez y justicia en favor de los más desprotegidos. Que los arquitectos se preocupen por aquellos que no tienen un hogar digno. Que los maestros puedan llevar sus conocimientos a los sectores más marginados y olvidados de nuestro país. Y así cada uno, que no se olvide de dónde salió y que retribuya un poco de lo mucho que ha recibido. Que no se olvide de su primera madre que es su patria.Hoy el país nos llama. Llama a mexicanos conscientes de sus problemas sociales y con el carácter para enfrentarlos. A mexicanos que salgan a defender a su nación y no a ocultarse tras un televisor. A mexicanos que se preocupen por el bienestar común más que por la Selección Mexicana de fútbol. El poder que tenemos es grande. Propongamos, actuemos, emprendamos, innovemos. Despertemos al gigante dormido que se esconde entre nosotros.

El poeta Dante Alighieri en su Divina Comedia señalaba que: “Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en épocas de crisis moral.” Hoy en México, la inercia impera como si la armonía fuese primermundista. Detonar nuestro accionar es fundamental. Desarrollar una sociedad activa es esencial. Una sociedad de mexicanos que estén con la boca abierta, con la mano alzada, preguntando, debatiendo, criticando pero también proponiendo; y no con la boca cerrada y la mano extendida esperando la próxima dádiva gubernamental. Actuar es una obligación que debemos asumir. El escritor James Baldwin advirtió: “Los países no son destruidos por la maldad, sino por la debilidad o la flojera.”

Es más fácil quedarse en la grada, criticar y decir qué se hace mal sin proponer nada. Las gradas están llenas de gente. Son pocos los jugadores. Es la hora de saltar a la cancha y ponerse a jugar. La gente que consigue más éxito en la vida es la que hace preguntas. Siempre están creciendo. Siempre están aprendiendo. Siempre están empujando. Todo el mundo puede decirte los riesgos, un emprendedor puede ver la recompensa. Ya que el miedo a ser diferente hace que mucha gente no busque nuevas vías para resolver sus problemas. Y una de las mejoras cosas de las personas que intentan cosas nuevas es que cometen errores, y el cometer errores te hace más humilde.

Coincido con Luis Donaldo Colosio hijo que señalaba: “Me niego rotunda y enfáticamente a quedarme dormido, a darme por vencido. Así me tachen de por vida de demente o inadaptado. Qué ilusos somos todos al pensar que México necesita héroes, si lo único que le hace falta es la atención de sus ciudadanos, o mejor quizá, unos cuantos más de estos.”

Empecemos la tercera insurrección mexicana, la nueva ilustración. Tenemos una familia muy grande. Una familia de más de 112 millones de mexicanos que hoy miran al futuro sin un rumbo certero. Ese rumbo que nuestros predecesores se negaron rotundamente a asegurar y que ahora ven con desconcierto diciendo que “no es su culpa”. No nos quedemos, al igual que ellos, como simples espectadores. Recorramos este camino que no será fácil. Pero no nos detengamos y hasta el final persistamos. Como se lee en Gálatas (6:9): No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.

No sé cuál sea el final de esta historia. Pero tal vez ya se nos olvidó el sacrificio de aquellos que lucharon por darnos una nación que hoy hemos descuidado. Hoy esto no termina aquí, no termina en este evento. Creemos que podemos hacer mucho más por nuestros pueblos. Que la innovación puede ser el pilar en la construcción de una nueva orbe que haga resurgir la grandeza de la meseta purépecha. Que a través de la educación financiera podemos impulsar la economía de la región. Crearemos una ciudadanía activa para enfrentar los problemas sociales actuales. Tomaremos por asalto la política para cerrar este abismo de desigualdad y diferencia. Dónde acabemos con la mediocridad gubernamental que existe en México, Michoacán y Cherán. Dónde nuestra comunidad tenga el gobierno que se merece.

Acudamos ante el llamado de nuestra patria. Tomemos las riendas y cabalguemos de nuevo. Esto apenas ha empezado. Hay muchas batallas por librar. Un granito de arena puede parecer insignificante, pero muchos granitos unidos pueden formar una playa. Un simple soldado puede hacer poco pero unidos formaremos un ejército. Vayamos en busca no de ganar una guerra sino de conquistar la paz. La energía, la fe y la devoción que aportamos a este emprendimiento serán una luz para nuestro país y para todos quienes lo sirven. Y el brillo de nuestra llama podrá iluminar realmente el mundo. Con la bendición y la ayuda de Dios, con una conciencia tranquila como nuestra única recompensa segura, con la educación como nuestra arma más poderosa y con la historia como juez supremo de nuestros actos; marchemos frente de nuestra patria que tanto amamos empezando el cambio.

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