En pasos descalzos. Sin sueldo, sin ser acarreado, sin helicópteros, sin camionetas blindadas. Recorriendo cada comunidad, y viendo cada necesidad. Escuchando el apoyo y también un común denominador en estos tiempos: todos son iguales. La esperanza marchita junto a una insatisfacción que no quiere más de lo mismo pero tampoco ha logrado recuperar la confianza perdida. Los oídos no quieren escuchar pero sí el corazón.
Iniciando el largo recorrido. Las veredas vamos pasando y viendo como los años parecen haber pasado en vano. Nos acompaña el sol, mismo que ha acompañado las largas jornadas de trabajadores que laboran mucho y ganan poco. Las manos de los jornaleros están cansadas, pero sacar adelante a las familias es la motivación para no desistir. Con corazón más que con fuerza. Ahí aislados, marginados, vistos cuando solo se les necesita para un voto, un mitin o una manifestación.
El precio ha sido puesto. La esclavitud pasó a ser modernizada por un sistema ingenioso y bien elaborado con el fin de no poder comprender a éste. Y cuando las personas empezaron a detectarlo, los de muy arriba actuaron y les quitaron aquello que les estaba haciendo daño: educación. En lugar de ello mandaron a la instrucción. Tener a todos sometidos bajo un riguroso esquema piramidal dónde llegar a la cúspide, dónde pasar de rango, dónde pasar de escalón solo fuera posible mediante una alianza con un supuesto beneficio mutuo. Tal beneficio mutuo nunca ha existido. Como diría Denise Dresser: somos unas naranjas exprimidas por el sistema. Y así a cada quien nos sacan todo el jugo posible antes de desechar lo que ya no puede dar más.
¿Cómo entender que la precariedad siga prevaleciendo? ¿Cómo entender que tantas décadas hayan servido de tan poco? El tiempo parece no haber pasado. Pero hay algo que si se ha acrecentado: la insatisfacción, el coraje, el descontento, la desesperanza y la desilusión. No es casualidad escuchar que la conclusión a la que los pueblerinos llegan es que no hay nadie diferente. La molestia ha pasado del coraje a una resignación, a una contemplación simple con un espectador más de lo que pasa alrededor. Parece que el mirar y callar es nuestro mantra en la acción. Hoy la participación es poca. La abstención como medio de defensa ante el defraude de aquellos a quiénes les han otorgado la confianza.
Sigo caminando. Algunas mujeres me extienden la mano. En sus ojos se ve el descontento pero también una pequeña llamarada de esperanza. Quieren volver a creer. A algunos otros hay algo que no les permite tener esa ilusión nuevamente. Muy en el fondo todos quisieran creer en que se puede lograr un cambio. Recibo recomendaciones de las personas longevas. "No destruyan la poca confianza que nos queda", es una frase que me pone la piel de gallina. Porque quizás es lo único que les queda. Quizás con esa pequeña esperanza es con la que se sostienen. Quizás con esa pequeña ilusión es con la que siguen en éste mundo. A pesar de mi frialdad se que no puedo ser neutral ante situaciones como esas.
Enlodado y sin comer. Llegamos a dónde noto que alguna vez existió la abundancia. Hoy ya no está nada de ello. Hoy les han saqueado todo. El flujo de efectivo fluye hacia una sola dirección: el bolsillo de aquellos que tienen el poder. Las familias poderosas son las mismas. Las mismas migajas para el pueblo. Las mismas tristezas para los desilusionados. El mismo coraje ante la impotencia.
Y así las estrellas nos cubren. El trayecto es desolador. Las luces parecen ser un indicador de una pequeña llama en medio de tanta oscuridad. Mi mentor en Matemáticas, Raúl Scherzer, solía decirme que una sola llama puede acabar con un gran abismo, y que cuando las pequeñas llamas se unen se enciende un fuego que puede acabar con todas las tinieblas. Pero a ése fuego habrá que alimentarlo y no dejar que se apague. Cuando la llama se apaga también el corazón de aquellos quienes lo encendieron puede hacerlo.
Hoy no empezamos de cero. Comenzamos en números rojos. Situarnos en el lado positivo es posible. Siempre lo ha sido. Pero debemos empezar... ¡ya! Permitir que las pocas velas que nos quedan también se apaguen, sería un irresponsabilidad. Ya hemos tenido suficiente de lo mismo. De las mismas mañas. De los mismos ladrones. De la misma política. De los mismos cínicos. Cambiar no es una opción. Una obligación: entregar a éste país mejor de como lo hemos recibido. Seguiremos caminando, seguiremos escuchando, seguiremos proponiendo, buscando la solución ante los problemas que son cada vez más. Con firmeza, con convicción, con visión, con fuerza y con corazón.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario