Florece el pobre laberinto
ya sin rastro de tus pasos,
ya sin huellas de tus manos,
ya sin el verde de tus prados.
Lejana primavera que se abre
al paso de tu lluvia
en inertes y distantes llanos,
retórica de tu verano
en mi lozanía perpetrado.
Vigor de tus rosas
bajo el clima adelantado,
verdor resquebrajado,
colores difuminados
en tinta jerigonza
de amaneceres cotidianos.
Fluye el día en el camino
y ya no camino contigo,
¿a quién llevo mis flores?
Paso en tu morada
el suave invierno
de futuras estaciones.
Resplandece el ocaso,
pero camino y sigo,
con mis letras,
con mis escritos,
con mis fugaces cartas,
todas a ti adscritas,
llevando en la penuria
mis rosas marchitas.
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