Del caminar descalzo, paso a paso, en busca de la tierra prometida. Los pobladores de Aztlán continuaron su recorrido tras abandonar su antiguo hogar. Cuenta la leyenda que al llegar al lago de Texcoco, los futuros mexicas vieron en un islote a un águila devorando a una serpiente sobre un nopal. Esta era la señal que Huitzilopochtli les había dado. Era ahí donde debían de fundar el imperio más poderoso de Mesoamérica.
Hoy el caminar descalzo sigue. Nos encontramos sumergidos en un gran lago que no es precisamente el de Texcoco. Hoy, varias serpientes intentan devorar al águila. Las aguas ya superan nuestro cuello. Son alimentadas por la impunidad. Las fugas son grandes. Y la tierra prometida se sigue hundiendo. Mientras unos huyen. Otros aseguran que predijeron el hundimiento. Unos cuantos acarrean el agua. Otros más se llevan lo poco que queda seco. Algunos solo contemplan.
Nuestro lago puede moldearse y presentar distintas formas pero la esencia es solo una: corrupción. Poco a poco sigue carcomiendo más de nuestro Producto Interno Bruto. Se solapa en las grandes esferas del poder. Se aprueba en las calles. Se ejecuta en cualquier lugar donde existan dos tipos de personas: el que propone y el que acepta.
Hay ríos donde existe un flujo mayor. Donde la supervisión es casi nula. Según el estudio, “El impacto de la corrupción en la función pública”, elaborado por la Public Administration Review, los gobiernos con más denuncias en corrupción tienden a gastar más dinero público en proyectos de construcción y carreteras. Y es que son, precisamente estos proyectos, los que dejan más puertas abiertas para el desvío de recursos al ser los menos vigilados. Ahí van. Desde la federación hasta gobiernos municipales o por usos y costumbres. Desde casas en Morelia hasta la Casa Blanca. Depende del tamaño de la obra. Dependiendo del tamaño del contrato en puerta. Según un estudio del Banco Mundial, las empresas en México pagan entre un 5%-10% del contrato a las entidades gubernamentales para ganar las licitaciones.
Investigar a Duarte o Borge para recuperar votos rumbo al 2018 es una estrategia electoral más que un contundente golpe a los funcionarios corruptos. Como dijera Carmen Aristegui: "Enrique Peña Nieto está buscando mejorar o por lo menos reconciliarse con México, pero ya es muy tarde".
Y ante la opacidad promovida desde Los Pinos, escuchamos palabras que pretenden suavizar el hartazgo, el coraje. Un perdón en lugar de una renuncia. Un discurso que ofende por el tema que toca ante la hipocresía sobre el mismo. ¿Perdón? ¿Enserio Señor Peña Nieto? ¿Solo dirá eso para continuar el par de años que le quedan a su mandato? El perdón no es suficiente cuando se atenta contra la vida de periodistas o se intenta amenazarlos por la vía legal para callar y sepultar sus investigaciones. La Casa Blanca no se trata de perdones. Es un tema no solo de corrupción sino también de censura al equipo Aristegui que investigó el caso. Es un hostigamiento a quienes llevaron al centro del debate el tema. Se convirtió en un atentado contra la libertad de expresión. En una prohibición al derecho de conocer la verdad.
Mientras la corrupción siga presente, el éxito dependerá más de los contactos correctos en las dependencias correctas que de la capacidad o del intelecto propio. Según el estudio, “La corrupción en México: transamos y no avanzamos”, elaborado por el Instituto Mexicano para la Competitividad, el 58.5% de los mexicanos afirma haber recurrido a contactos o relaciones personales para acelerar un trámite con el gobierno u obtener un contrato o permiso.
Mientras la corrupción impere, la oscuridad seguirá prevaleciendo y ocultando la majestuosidad de este país. El manto estrellado seguirá cubierto por el smog que lleva tras de sí: nepotismo, tráfico de influencias, sobornos. El viento seguirá soplando en nuestra contra. Continuará callando voces o quitando espacios sonoros donde se puedan dar a conocer y debatir temas de interés público que nuestros políticos intentan cubrir.
Mientras no se atrape a los peces gordos nuestra tierra sagrada dejará de emerger para perderse en el tiempo. Y es que nuestro sistema está muy bien diseñado... pero para proteger a la clase política. En México no se puede acusar al Presidente por corrupción, ya que no es considerado un delito grave. De tal forma, nuestro mandatario federal está muy bien resguardado por la ley.
Mientras no haya una fiscalía independiente. Mientras no haya un Impeachment contra el ejecutivo federal. Mientras Moreira siga en libertad y Mireles preso. Mientras los ríos de la impunidad sigan corriendo seguiremos esperando más que solo unas palabras. Más que solo un discurso. Más que una Ley 3 de 3 descafeinada. Más que solo seis letras. Más que solo el perdón. Porque los delincuentes que se hacen llamar políticos o gobernantes también deben ser juzgados. Solo así tendremos más recursos monetarios para los programas de Salud, Educación, Medio Ambiente. Solo así se detendrán las fugas de capital que van directo a los bolsillos de los funcionarios en lugar de su destino. Solo así podremos garantizarles a las próximas generaciones que puedan disfrutar del goce pleno de sus derechos sin la necesidad de dar una mordida. Señor Presidente, no nos pida perdón. Asuma su responsabilidad y si tiene un poco de decencia, renuncie para que sea juzgado.
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