La seriedad es un común denominador en dos rostros: el de mi madre y el mío. Ahí ambas caras que podrían parecer las de dos muy buenos jugadores de póker. Un semblante frío. Ideal para algunas circunstancias. No tanto para otras. Una actitud helada que puede reflejar neutralidad cuando esta se requiere. Así soy. Así es ella. Así somos.
Nunca había visto derramar una sola lágrima a mi madre hasta los 12 años. Tampoco es que la viera sonreír mucho. Pero un día eso cambió. Ese día me dejó marcado. Ese día comenzó a nacer una sed en mí. Ese día aun no tenía la edad suficiente para comprender muchas cosas pero sentía el palpitar de quienes me rodeaban. Y ese palpitar me contagió. Aquél llanto me contagió. Aquella impotencia la podía sentir. Ese día a mi alrededor no había muchos de mi edad. Oscilaban entre 30 y 60 años los cheranenses cuya combinación de emociones me estremecía la piel.
Durante la mañana se realizó el festival del día de las madres en la Escuela Secundaria Federal de Cherán. Era el 9 de Mayo de 2008. Ahí estaban los regalos preparados por cada taller. Esperando a ser entregados al término del programa social. Pero a muchos aquél viernes les sabía amargo. Aun con el festival la mente estaba puesta en otro lado. Se hablaba en voz baja. Se miraban los unos a los otros. El escepticismo era grande. Mis compañeros hablaban del tema. Nuestras madres también. No se podía dejar a un lado. No por lo que había acontecido. No por la duda de lo que podría acontecer. Al terminar el festival volveríamos a nuestras casas. Volvería la espera. Y para muchos otros el seguir buscando ya fuera en un barranco, en un pozo de agua, en el bosque o en sus propias mentes. Mi padre tomó las primeras opciones. Yo la última, porque mi madre me prohibió las demás.
Un día antes, el 8 de Mayo, el Profesor Leopoldo Juárez Urbina había sido privado de su libertad en su propio trabajo. El Profesor era el líder del grupo opositor al gobierno municipal que prevalecía entonces. Mantenían tomada la presidencia municipal. Al mediodía de aquél 8 de Mayo las campanas de la torre de la principal iglesia de la comunidad resonaron y el eco se extendía a la par de la incertidumbre. Un gran alboroto. Mientras en un sonido instalado en la plaza se escuchaba un solo grito: ¡Vivo se lo llevaron, vivo lo queremos! Se sumaba un ruido más al de las campanas, el de un helicóptero. Grupos de personas que iban de un lado a otro. Se buscaba pero no se encontraba. Y así transcurrió esa tarde y esa noche.
Volviendo al día 9, la situación seguía igual. Después de que terminó el festival de la secundaria, salimos de aquellas paredes que nos rodeaban y volvimos a la realidad. Notaba rostros de preocupación en mis padres. No se podían ocultar ni en ellos ni en muchos otros. Mi madre tuvo la oportunidad de trabajar con el Profesor Leopoldo cuando este fue presidente municipal. Ya anteriormente había ocupado el mismo puesto en un gobierno municipal al igual que varios compañeros de ella. Pero en él hubo varias cosas que durante los primeros meses a muchos no les agradaba: la puntualidad, el trabajo, la honestidad. Varios decían durante aquél periodo que él no era un humano. Les sorprendía que a diferencia de otros presidentes no hubiese codicia en él. Poco a poco se fue ganando a la gente. No su respaldo, eso ya lo tenía y por ello había logrado la presidencia. Lo que ganaba era un mayor respeto.
Hay personas a las que el estado-gobierno no puede controlar con sobornos, con chantajes, con intimidaciones. Y a partir de la pos-revolución ha usado todo lo que tiene a su alcance. Sean los medios de comunicación, el dinero e incluso... las armas. Los crímenes de estado han prevalecido en este país. Podemos recordar la forma en que llegaban y se iban los presidentes mexicanos tras la victoria de la revolución mexicana. Podríamos recordar el 2 de Octubre de 1968. Y en pleno siglo XXI podríamos pensar que eso era de décadas atrás. Que había quedado en el pasado. Pero no fue ni ha sido así. Ese pasado sigue omnipresente. Las voces abundan y también los asesinatos a los dueños de estas voces. En 2008, varios no creíamos que nuevamente el suelo mexicano vería correr la sangre. Pero así fue.
En la noche de aquél 9 de Mayo la noticia a Cherán nos llegó a través de la televisión. En Morelia ya se sabía. Quizás en otros puntos, también. Pero nosotros aguardábamos en la plaza. Hasta que a través de una pantalla vimos lo que no queríamos ver. Escuchamos lo que no queríamos escuchar. El Profesor había sido asesinado. Varias lágrimas se derramaron al mismo tiempo. Estas inundaron el rostro de mi madre. La mirada fría que en ella había prevalecido siempre me contagiaba. Si bien, aquella noche, mi madre siguió con un semblante frío y sin emitir ninguna palabra o sonido. Había algo diferente: sus lágrimas. Y esas lágrimas me contagiaron. Hubo muchos otros llantos. Hubo varios gritos. Pero yo casi no escuchaba esas palabras. Me encerré en mi propia mente. Me preguntaba en silencio, ¿cómo habían sido capaces de asesinarlo? ¿Por qué tenían que morir las personas que querían hacer un cambio en este país? Y recordé a los estudiantes en Tlatelolco. Y recordé a Luis Donaldo Colosio en Lomas Taurinas. Yo no había nacido cuando esos dos acontecimientos habían ocurrido. Y me cuestionaba si el mismo sentimiento habían tenido varias personas en ese entonces. No lo sabía. Sabía lo que sentía. Vivía mi impotencia. Y mis gritos en silencio.
En el pueblo. En la ciudad. En el trabajo. En un mitin político. En una protesta. En una marcha pacífica. No ha importado la ubicación. El mensaje ha sido uno solo: asesinar. Y hoy hay padres que ya no tienen a sus hijos. Y hoy hay esposas que ya no tienen a sus maridos. Hay hijos que ya no tienen a sus padres. Es diferente persona, en diferente rol. Pero hay un común denominador por el que el gobierno ha decido actuar. Las balas han llegado a muchos. El silencio ha llegado a muchas voces. Y la impotencia también. Hoy la valentía debe volver porque estos tiempos necesitan de ella. Pueden caer varios pero la lucha social no puede caer. Porque si nos apartamos de lo que habíamos ganado, entonces seremos derrotados. Es este nuestro territorio. Un territorio por el que nuestros ancestros lucharon. Y sí, hubo varios fallecidos. Siempre lo ha habido. Pero nunca callaron. Para darnos lo que hoy tenemos. Hoy nos corresponde continuar a nosotros por aquellos que vendrán. Por los que aun no están pero estarán. Por los adolescentes. Por los niños. Por los próximos mexicanos.
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