LO QUE NO PUDIMOS SER


Las migajas que cubrían el sendero parecen ya no estar. La mano extendida ha cambiado de rumbo, ahora se le oculta junto a otras 42. El oportunismo ha llegado a su límite entendiendo que el botín pronto se acabará. Sus ancestros les dejaron poco, las rebanadas son pequeñas y las extracciones de la vaca petrolera cada vez más graves ante la ausencia de una inteligencia que nunca llegó.

Ahí están los números, indicadores una vez más de que "nos equivocamos". Parece que la dádiva, ésta vez nos salió más cara de lo que esperábamos. No, ya no es 1994. La famiglia Salinas no se encuentra entre nosotros. Las secuelas del TLC han cobrado fuerza para las cuentas en Suiza, haciendo más crecientes los millones y ocupando más presta-nombres, con la recompensa de la fama, colocándolos en la revista Forbes. 

Atrás ha quedado la guerra de Calderón. El hombre más buscado de México fue capturado. La violencia en Sinaloa, Michoacán y Jalisco han disminuido. Nuestras reservas marcan récords históricos. Al fin tenemos una modernización petrolera con una reforma adulada por los mismos creadores. Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Por qué tanto alboroto? Porque la telenovela ya acabó. El silbatazo final ya llegó. La impunidad ha sido, no sólo legalizada sino puesta en escena como una cinta americana. 

No llegó la seguridad esperada. No llegó la educación aclamada. No llegó el presidente querido. No llegó la justicia exigida. No llegó la economía prevista. No nos ha llegado mucho. Hemos podido ser y hacer poco. Era fuerte la furia, cómo lo ha sido siempre, que no hemos sabido que hacer después. Han sido tan sentidas nuestras intenciones que se nos ha olvidado por un instante la razón. Marchitos en el olvido nuestros pasos, una vez más, por un sendero dónde dejamos atrás la sangre de nuestros compañeros derramada por la tinta sombría de un falso esclarecimiento.

Y en medio de un desastre acumulado es tan poca la esperanza verdadera que nos ahuyenta de un nuevo amanecer. Nos separa de las palabras  de Denise Dresser, de los discursos de Lorenzo Meyer, de las investigaciones de Carmen Aristegui, las cuestiones de Alfonso Cuarón, de las declaraciones de unos cuantos trabajadores del sistema involucrado en la planificación estratégica. 

Con todo y el cinismo perpetuado en las fronteras de la ineptitud, la complicidad y la soberbia, no nos queda más que una triste y obsoleta resignación. Porque no pudimos. El pasado ata nuestro presente y no permite movernos para alcanzar nuestro deseado futuro. La fracasomanía instaurada perfectamente en nuestras venas nos hace temer, unos a otros, para dar parte a la minoría que si está organizada. Dónde si hay confianza y para mucho. Dónde si hay inteligencia, aunque lamentablemente para seguir un plan en el cual no todos somos los elegidos. Muchos los exprimidos por este sistema dirigido desde Atlacomulco, con el visto bueno en Suiza y la aprobación de nuestros queridos vecinos.

No. ¿Para qué intentarlo? El fracaso no está allá afuera sino en nosotros mismos. ¿Por qué luchar contra nuestros manipuladores cuando no nos hemos quitado la chamarra de fuerza? La vista cegada continúa y los planes bien intencionados saltan a las calles para adueñarse de ellas, aunque el tren que siempre los consume, los devore de nueva cuenta. 

Y por lo pronto. Seguiremos lamentando un oscuro pasado que sigue atormentado con mayor intensidad el presente que vivimos y que no es, precisamente el que nos hubiera gustado vivir. Pero aquí lo tenemos y creemos que al igual que antes sólo debemos mirar como éste transcurre. Ésa es la esencia, si no fuera así no nos tendríamos que lamentar lo que no pudimos ser.

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